Cuentas pendientes
Llegó el otoño, con él una de las estaciones más propicias del año para muchos de nosotros. Después de un largo periodo, por fin, iba poder realizar alguna que otra sesión de larga duración, ya que hasta el momento me han ocupado otros menesteres más importantes como la familia.
Con más ganas que nunca, iba a poder redimir anteriores salidas, ya que por falta de tiempo en cuanto a preparación, que diferentes especies se hacían con los manteles de la mesa y por otros factores fuera de mi alcance, la suerte no estuvo de mi lado. En esta ocasión para realizar una salida fructuosa, tocaría estrujarse el alma de pescador.
Lo primero, sin duda, era la localización de un nuevo puesto donde llevar a cabo todo el laborioso y consiguiente trabajo lo más discreto posible, sin intromisiones indeseadas. Después un minucioso y exhaustivo sondeo, un cebado regular variado y las observaciones pertinentes (donde tuve la fortuna de avistar en varias ocasiones alguna que otra carpa y aumentar las probabilidades de éxito en mi mente...) Solo quedaba la hora de la verdad .
Solo, con la única compañía de mi fiel labrador, me aventuraría tres noches y tres días en este orden, puesto que el día de llegada sería entrado ya el atardecer del sábado y la vuelta el martes por la mañana. Con el tiempo justo para montar el refugio, el equipo y tentar a la suerte lanzando un par de cañas prácticamente a ciegas, pasaría la primera de las veladas, a primerísima hora de la mañana siguiente tendría tiempo para hacer mejor las cosas.
Ya con la primera luz del día, con ayuda de la barca, marqué dos puntos diferentes donde irían a parar sendas posturas y el cebado pertinente, acción que repetiría a mediodía y anochecer sin suerte alguna.
Llegaría el lunes por la mañana, y ni tan siquiera una tímida picada... Momentos en los que empezaban a invadirme las típicas dudas ,“¿Estaré haciendo lo correcto?”. Me disponía a recoger una de las cañas y mitad de recorrido pude notar un pez al otro lado de la línea…”¿Pero que demonios?” “¿Habré tenido una picada y el pez haberse quedado estático?”... Para mi sorpresa, casi ya en la orilla, dejé de sentir las arremetidas, cuando de pronto vi con el bajo de trenzado cortado limpiamente, la única lógica era que el movimiento del montaje podría haber estimulado el ataque de un lucio, con el consiguiente resultado...Continue cambiando las posturas, probando diferentes cebos y montajes…Me veía ya desesperanzado por hacerme con una de estas salvajes carpas, cuando de pronto y mientras me divertía tentando a los hambrientos depredadores que en estas aguas habitan...¡Zas! Arrancada brutal, con los nervios a mil por hora, tras una intensa pelea, en la que me vi obligado a meterme al agua hasta la cintura por miedo a perder la captura, pude llevar a la moqueta una preciosa común por encima de las dos cifras.
Satisfecho, con el objetivo cumplido, aún restaban la tarde y noche, por lo que me dispuse a sacar la líneas y apostar por la misma baza en ambas cañas en el mismo hotspot donde acababa de picar, con su correspondiente recebado puesto que ya no volvería a tocar nada más hasta la hora de marchar. Llegó la noche, y apenas concebido el sueño, una de las alarmas hizo levantarme de un salto, sin visibilidad alguna, solo me quedaba esperar a ver los movimientos en la orilla para mojar la sacadera y hacerme con otra luchadora común rondando las dos cifras... Entre sudores, recién acababa de desanzuelar, la otra de las alarmas ¡¡se volvía loca!! Nuevamente volvería a clavar, pero esta vez no iba a ser tarea fácil, oponía mucha resistencia tratando de buscar cobijo entre obstáculos y vegetación, llegando a trabarse hasta en dos ocasiones, pero por fortuna, conseguiría meter en la sacadera un gran ejemplar de carpa royal salvaje, que doblaba en tamaño la común que permanecía en la cuna, obteniendo así mi récord personal de royal nada menos que 16kg, que sin perder más tiempo, fueron a sus respectivos sacos de retención para ser fotografiadas por la mañana.
Aún con los nervios a flor de piel, volví a lanzar las cañas intentando llegar al cebadero, que no se si conseguiría ya que no veía tres en un burro. Difícil volver a coger el sueño, cuando en su transcurso, vuelve a arrancar una de las cañas, esta vez, logrando trabarse nada más clavar, con la mala suerte de perder el pez, sin apenas poder presentarle batalla, habiendo ganado ventaja con los metros de hilo que conseguía sacar del carrete.
Desperté temprano, nada mas amanecer, para rápidamente fotografíame con estas dos reinas y devolverlas de donde habían salido, como no, siempre con la ilusión de volver a verlas en un futuro, habiendo ya saldado mi particular cuenta pendiente.
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Juantxu Arias
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